Karina Fernández D’Andrea
Madre de primaria
Yo
pase gran parte de mi primera infancia en este colegio. Recuerdo cómo
venía de ilusionada a clase. Recuerdo meter las manos en pintura,
trabajar por grupos, compartirlo todo entre risas y charlas. Nunca
he trabajado más intensamente que en aquellos momentos….
Si
me hacía falta una goma, tenía todos los materiales necesarios
porque los ponía el cole y eran de todos. Eso
me enseñó que todos somos iguales, y que lo que a mí me hace falta
hoy, mañana le hace falta a otro. Aprendí a compartir,
y a cuidar las cosas, porque si no mañana no teníamos goma para
borrar….
Cuando
pasé a primaria la cosa cambió, seguíamos en grupos y había
asambleas. Nosotros poníamos las normas
y los castigos a los que se portaban mal.
No había expedientes y se
aprendía ser democrático…a
hablar en público, a respetar la opinión de otro…y también
justo., Si el grupo era demasiado duro,
el profesor suavizaba, introduciendo criterios a pensar en la
asamblea. No permitía los insultos ni que se etiquetara a nadie.
Recuerdo
aquellas clases….sentados en grupo, charlando animadamente…la
profesora explicaba un tema de matemáticas, traía bolas y jugábamos
a aprender en grupo, mientras comprendíamos el concepto.
Luego
durante la semana, íbamos a grupos diferenciados según el nivel de
los alumnos. Trabajábamos en esos grupos cogiendo las carpetillas
de un estante nosotros mismos. Pasar de una carpeta a otra era un
gozo. Era prueba superada. Pero cada uno
iba a su ritmo sin dificultades y con apoyo del resto. Si alguno no
entendía algo el grupo le ayudaba, y
cuando éramos todos, la profesora, que pasaba por todos los grupos,
nos explicaba el concepto.
Si
el grupo estaba trabajando autónomamente, la profesora cuando
pasaba, nos animaba, alentaba, reforzaba y se reía con nosotros. Eso
me enseñó a ser autónoma y a reforzar mi autoestima. Me enseño
que aprender es un placer, no un sufrimiento.
Cuando
explicaba los temas nos alentaba a decir las dudas, o cómo podía
verse desde otro punto de vista. Y hacía que nadie se riera, y
escuchara respetuosamente. Eso me enseñó
que las críticas no son malas, y que criticar una idea, no es
criticar una persona. Y que aún las
críticas personales pueden plasmar contenidos que nos sirvan.
Me
ayudó a desarrollar pensamiento crítico, y no dar nada por bueno
porque viniese de alguna autoridad o profesor si no lo veía bien.
Recuerdo
profes que nos hacían vivir aventuras,
como luego he visto con mi hija que se hacía en la granja con
Pitutin. Construían un decorado, un propósito dotado de sentido que
nos llevaba a soñar….
Recuerdo
sus gestos de cariño, de aprobación, su sorpresa ante las
iniciativas…todo ello reforzaba
nuestra autoestima y el gusto por estudiar.
Recuerdo
su creatividad. Ir a clase era siempre una aventura llena de
sorpresas. No había nada mal hecho, lo
importante era intentarlo…
NO
importaban tanto los contenidos exigidos, sino su comprensión. Eso
me enseñó a no aceptar nada que no comprenda y a amar aprender y
estudiar.
Recuerdo
que el siglo XXI era ejemplo de innovación educativa,
que venían de muchos lugares para ver cómo trabajábamos….
No
había deberes, salvo alguna vez que
había que investigar algo…eso me permitió compartir tiempo de
calidad con mis padres….
Cuando
mis padres dejaron Madrid y se fueron a vivir a Córdoba, fui a un
colegio público “normal”.
Recuerdo
que me impactó la misma estructura física, rejas en las ventanas y
muros altos y espesos, los padres no podían pasar de la puerta de
hierro que rechinaba cuando la movían….Parecía una cárcel.
Recuerdo
en la clase, me impactó ver a los niños formándose en filas
perfectas en el patio, subir a las clases y sentarse ordenadamente,
mesa detrás de mesa, y que no se pudiera hablar ni debatir.
Me impactó la búsqueda de silencio en los profes y cómo se
desesperaban si algún niño hablaba con el de al lado. Sabía de la
riqueza del compartir debates y puntos de vista, aprender a respetar
los puntos de vista distintos…
Disciplinamiento
de los cuerpos y las almas, aquello me pareció una cárcel.
Por
último, un día el profesor de lengua y literatura se acercó al más
revoltoso de la clase y lo estampó contra la pared de una bofetada.
Hace 35 años de eso.
Me
levanté, y comencé algo en aquel colegio que sería una pequeña
revolución. Pero eso es harina de otro costal.
Todo
eso me enseñaron los profesores del siglo XXI. A amar el
aprendizaje, tener pensamiento crítico, a ser autónoma, que
estudiar es un gozo y no un suplicio, que cada uno aprende a un
ritmo, y que si a mí se me da bien escribir se me dan peor las
matemáticas y a ti al revés.
Amo
este colegio y quisiera que mi hija sintiera lo mismo. GRACIAS a
todos los que lo hicieron posible. Porque
mi vida cambió gracias a este colegio y su impronta me acompañará
toda la vida, me permite luchar contra las injusticias con las que me
encuentro cada día y me da fuerzas porque me enseñó que sí, que
es posible.
GRACIAS.
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